BETI GUREKIN JAVI.

En un día como hoy de hace 14 años se ponía fin, en el estadio olímpico por excelencia, el de Atenas, a los decimosegundos Juegos Paralímpicos que habían tenido por escenario diversas instalaciones de la capital griega.

Sobre su tartán, y antes que se apagara la antorcha que había estado encendida durante 12 dias, un joven bizkaino con dos medallas sobre su pecho, le daba la vuelta de honor. Su sonrisa permanente traslucía la emoción que le embargaba en aquel momento, y la felicidad que apenas podía disimular que le proporcionaba haber podido subir de nuevo al pódium.

Seguro, seguro, que en el momento en que el ceremonial alcanzaba su climax, entre danzas y músicas, Javier miró hacía lo más alto del cielo y recordó a su omnipresente hermano Ricardo. Por suerte, no recordaría como poco más de 3 años atrás un conductor, con tanto boato como irresponsabilidad, les atropellaba en una carretera malacitana, dejando definitivamente a Ricardo en el asfalto y a él en estado de coma durante más de 60 días y con los huesos rotos de medio cuerpo. Pero aunque no recordara el accidente, y apenas si lo hiciera con los meses y meses de rehabilitación que le siguieron,  sí sentía su ausencia.

Y a mí, ahora, me viene el recuerdo de cómo Javier en una tarde lluviosa de principios del 2003,  se acercó, por la sede de nuestra Fundación, en compañía de sus padres. Quería saber qué era eso del deporte adaptado. Le hablamos de las muchas modalidades que existían y cuando le enseñamos videos y fotografías de la Bira, vimos la emoción en sus ojos. Le explicamos las distintas modalidades existentes de paraciclismo y le comentamos que había una categoría reservada para deportistas que como él  presentaban alguna lesión cerebral. Poco a poco, mientras repasábamos imágenes de las primeras Biras, constatamos como cada vez más se iba  ilusionado y cómo se imaginaba entre aquél pelotón. En un momento, recuerdo bien, dejó el bastón en el que se apoyaba y girándose hacia su aita, le preguntó: ¿tú crees que yo podría…?

Y vaya si pudo. Unos meses después, el 15 de mayo de 2003, en el Mitin Paralímpico de Basauri, hacía sus primeros kilómetros como paraciclista. Luego vinieron campeonatos estatales y europeos, Biras y, por fin, las Paralimpiadas. Allí demostró ser el mejor entre los mejores en las pruebas de carretera y casi obtuvo el oro en una especialidad, la pista, a la que de siempre había sido ajeno.

En Atenas demostró la excepcionalidad de su clase como deportista a la par que su humildad como vencedor. Cierto es que ninguno de sus rivales es merecedor de otra cosa que no sean elogios, porque todos y cada uno son grandes triunfadores en la vida, pero él destacaba por su saber hacer en  el  transcurrir de los kilómetros y tras llegar a la meta.

Volvió de los Juegos convencido de que otra vez era un ciclista con mayúsculas y dispuesto a hacer saber a todos que sus compañeros de su nuevo pelotón no tenían menos mérito que los que se dan cita en tures, giros o clásicas. Durante años, tuve la suerte de seguirle en competiciones estatales e internacionales, o a cualquier carrera que le invitaran, y siempre proclamaba lo injusto del ostracismo de los paraciclistas. En todas estas carreras sobresalió y casi siempre, por no decir siempre, subió a sus podiums. En los juegos de Pekín, volvió a conseguir dos medallas y aún pudo firmar algún otro campeonato internacional. Pero tras 7 años en la competición empezó a notar pérdida de fuerza y equilibrio en sus piernas. “No sé qué me pasa, pero no voy”. A las pocas semanas le comunicaron que tenía un tumor en su cerebro. Lo encajó como bravo luchador que fue y se puso a afrontar otra vez un largo tratamiento. Dejó la bicicleta, mientras algunos que viven de quienes las pedalean, decidían mancillarle. Durante meses trabajamos para que su buen nombre quedara impoluto y tuvieron que ser científicos holandeses los que hablaran de la interrelación natural entre el tumor y la norandrostena. Llegó la verdad a proclamarse algún tiempo después, pero para entonces a Javier ya no podía pensar en dar pedales. Debilitándose poco a poco,  se aferraba a la vida porque sabía bien lo fácil que era perderla y para no dejar sola a su ama. Cuando organizamos en Euskadi la Copa del Mundo de Paraciclismo en el año 2016, le invitamos a que acudiera para rendirle público homenaje. El de nuestro equipo -en el que militó durante toda su etapa de paraciclismo- y el de todo un pelotón que siempre le quiso y admiró.

Todavía aguantó dos años más, hasta que el pasado 24 de agosto su cuerpo buscó el reposo final.

Hoy sus amigos y compañeros de Saiatu seguimos sintiéndonos huérfanos de su compañía y, no podemos por menos que, recuperando la imagen de su sonrisa, volver a decirle que le quisimos, le queremos y le querremos por siempre.